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Después del ramo de girasoles

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Me puse a leer el libro porque era sobre Javier Marías y había que leerlo, por pena por su muerte, por recordarlo. Vi que lo elogió Fernando Savater, pero pensé que era por lo mismo. No me imaginaba que Duelo sin brújula, de Carme López Mercader, pudiese ser tan bueno. Es excepcional. Habla del sufrimiento por la pérdida de su marido, sin subterfugios, con gran prosa: una prosa que también lo homenajea. Extraordinaria mujer.

Es el último libro de la editorial Reino de Redonda, que mantuvieron los dos y ahora cierra. Pese a la modestia de la autora, que ni siquiera cree que encaje en la colección, me parece el mejor libro de Redonda. Y con el final del fantasma, plenamente de Redonda. Daniel Gascón ha sabido ver ese contagio quijotesco de ella, cuyo racionalismo empieza a ceder al coqueteo que tuvo Marías con los fantasmas. Ahora el fantasma sería él, acompañándola. Aunque con un consuelo pálido, porque como advirtió san Juan de la Cruz: «Mira que la dolencia / de amor, que no se cura / sino con la presencia y la figura».

El propio Marías escribió hermosas páginas sobre la muerte de Benet en Negra espalda del tiempo. Y nunca olvidaré la noche en que su padre Julián se echó a llorar en la radio cuando el Loco de la Colina le preguntó por su mujer, muerta unos años antes. Cuando el filósofo murió me acordé de la película favorita de su hijo, El fantasma y la señora Muir, cuyo final feliz es la muerte de ella, porque se podrá reunir con su fantasma. Además de Savater, que lo contó en La peor parte, también perdió a su mujer Emilio Lledó, al que Joan Margarit le dedicó un poema en catalán, Filòsof en la nit, del que destaco este verso: «Estimo l’absència teva al meu costat». A mí me llegó en castellano, impresionante: «Amo más que a nadie, junto a mí, tu ausencia». 

La valentía (el valor) de Duelo sin brújula está en su pureza, que da cuenta del dolor sin consuelo. La palabra «duelo» está en el título y el libro se inserta inevitablemente en la llamada «literatura del duelo»; pero este es un ejemplo de cómo son las obras singulares las que fundan y justifican los géneros y no al revés. Cuando sucede al revés el resultado es retórico, la plasta de las palabras y las fórmulas establecidas ahogan la vivencia. En este libro ocurre lo contrario: la vivencia (abismal, insoportable) la podemos sentir por las palabras. O si se quiere expresar de un modo netamente textual: son las palabras que aquí leemos las que nos procuran la vivencia. En estos casos está presente la gran literatura, más allá de los géneros. Otros dos libros así: Una pena en observación, de C. S. Lewis, y El libro de mi madre, de Albert Cohen.

«Lo más bonito de ‘Duelo sin brújula’ es la vida, el amor que se recorta contra la muerte, ya después»

Lo más bonito de Duelo sin brújula es la vida, el amor que se recorta contra la muerte, ya después. Creo que en este pasaje se sintetiza todo, el sufrimiento actual y un detalle delicioso de la cotidianidad perdida: «Quizá por esa razón los dolientes caminamos despacio y casi arrastrando los pies. Pienso en lo que diría Javier si me viese ahora, cargando con ese quintal y moviéndome sin energía, sin mi paso rápido del que se reía. ‘Siempre te imagino caminando con tu tiqui tiqui’, así lo llamaba. Mi tiqui tiqui ha desaparecido, no sé si para siempre, y mi edad se ha doblado en un solo día».

Hoy es doloroso ver la foto feliz de la pareja, ella con un ramo de girasoles. «Hasta que la muerte os separe» es la sentencia fatal de todo matrimonio que sigue junto. Como escribió José Emilio Pacheco en un inolvidable poema, la «y» de la unión es también la de la bifurcación: por mucho que la pareja aguante en la vida, llegará la muerte.

Con todo, hay algo peor. O peor y a la vez mejor. Pero esa es otra historia.


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