Confiesa aspirar a una literatura que descienda a la condición de estupefaciente. Un capricho oscuro que sus consumidores se vayan pasando con discreción criminal. Lejos de la grasa de best-seller, Aarón M. Cruz (Málaga, 1995) desea convertirse en el soldado de la trinchera que pasa golosinas de estraperlo. No el que recibe la brillante medalla al honor sin haber pisado el campo de batalla. Sino ese miliciano ágil, avispado, al que los snobs de clase elevada llaman guripa por envidia, porque cuenta con el respeto de las tropas y el cariño de los caudillos rasos adecuados.
De sombra y salitre (Malas Artes) es su primera novela. Como Salinger, M. Cruz ha hecho de la redacción una plegaria. Siempre es latoso definir las intenciones, no digamos el estilo, de una primera novela. El escritor defiende su obra en esta entrevista para THE OBJECTIVE.
PREGUNTA.- ¿Qué tiene Aarón M. Cruz que lo haga merecedor de una plaza en las estanterías?
RESPUESTA.- Un estilo y formas propias. Los autores que más me han inspirado son aquellos que han dado tanto a los escenarios, como al propio tiempo, un protagonismo, logrando una literatura orgánica. Viva. Mi estilo busca desubicar para resituar los objetos y las situaciones, a lo que debo sumarle una exactitud estética. No es lo mismo decir que: «un sonido atraviesa la pared», que: «la pared supura un sonido». En esa decisión es en donde radica el reconocimiento. Un Javier Marías, un Enrique Vila-Matas, despachan esas construcciones orgánicas, que es lo que yo pongo en práctica.
P.- ¿Cómo explicarías de qué va tu novela?
R.– Es lo mismo que dice Fabián Casas: «Un poema no trata sobre algo, un poema es algo». Las novelas, para mí, no «van de». Abordan cosas, a las que ninguna sinopsis les hará justicia. De nuevo, mi estilo pretende evidenciar eso. Que los giros están vivos. Puesto a ponerle un sintagma, diría que es un realismo sobrenatural.
P.- ¿Y la estructura?
R.– En cuanto a la estructura, me gusta decir que es una estructura de llavero. Cierra sobre sí misma, pero no toca la punta. Genera un espacio en el que, pudiendo tirar, abres, dando lugar a una caída en espiral. Es un laberinto de varias salidas. De hecho, el narrador miente. Te está mintiendo. Y ahí hay un juego en el que la narración es tremendamente convincente, pero a la vez un engaño.
«Mis autores favoritos me han hecho pelearme con ellos»
P.- Suena a Thomas Pynchon o Don DeLillo. Un ejercicio algo complicado, ¿no?
R.– Me tomo la literatura en serio. No es algo pedagógico. Puede ser instructiva, pero nunca masticada. Mis autores favoritos me han hecho pelearme con ellos. Traducir mi pensamiento en el del otro para, acto seguido, rehacerlo comprensible en mi cabeza, y así configurar una textura compartida. La rabia y la resistencia en la lectura, acaban por dar dulcísimos frutos y pasiones. La literatura es un arte exigente. Aunque no por ello ha de ser pretencioso ni, desde luego, rebuscadamente exhibicionista.
P.- ¿Por qué esa búsqueda de dos mundos; el fangoso de los personajes y sus diálogos, descrito con prosa, muchas veces, elevada y poética?
R.– Son dos mundos en el sentido psíquico. De impulso. La realidad que ves y cómo quieres plasmarla. Resulta, creo, inevitable, en las novelas de iniciación esta dualidad, ya que la inconsciencia te dirige mucho. Yo recuerdo la escritura de esta novela como algo muy volcado e instintivo. Viene de esa bicefalia.
P.- ¿Quizás un poco enrevesada también?
R.– Me gustan los autores que pelan pelos. Que se dilatan en explicaciones sobre banalidades, como los calzoncillos del tío del protagonista. Da mucho juego, porque es fácil enfocar esa dinámica, por ejemplo, hacia la parodia. Antonio Escohotado hablaba del «eterno pormenor», y a mí me gusta sacarlo y exprimirlo.
P.- A veces, parece que los personajes hablan de forma un poco artificial. Como si no les pegase ser tan inteligentes.
R.– Los diálogos están muy medidos. Los personajes secundarios tienen mucha importancia. Como aquel al que van los de Desokupa a su casa y le apuntan con una pistola (por cierto, una historia real). Y si cada uno tiene una forma particular de diálogo, aunque a veces parezca alejada de su naturaleza, o condición, esto también se ha hecho premeditadamente. Hay lugar, en la palabrería, creo, para el acervo poético. Con esas particularidades, además, labradas a través de expresiones, se logra una personalidad clara y diferenciada en los personajes.
«Hay autores que usan la estética de lo sucio para provocar al lector»
P.- Hay altas dosis de humor en tu novela. ¿Qué es el humor para ti? ¿Es necesario?
R.- El humor es una distancia reflexiva, sin necesidad de respuesta. La carcajada viene de una ruptura. Romper una situación, a nivel psicológico, es lo que hace brotar el humor. El humor es inevitable, pero en una novela también es necesario, porque el intelecto necesita de ese respiro. Si inteligencia, etimológicamente, significa «entre leer», creo que el humor lo que hace es eso. Rellena los huecos entre las líneas en tu cabeza. Da un sentido, del que emana la comedia, a lo que no tendría por qué tenerlo.
P.- Y, ¿qué hay de la sexualidad? No escatimas en ella, aunque tampoco creo que sea puro exhibicionismo.
R.– Hay una diferencia entre el erotismo y la violencia sexual estética. Hay autores que usan la estética de lo sucio para provocar al lector. Por eso Cela no para de hablar en sus novelas de putas, de casas de putas y de fulanas sin dientes, y eso es un contenido estéticamente violento. Y un Juan Marsé, o una Cristina Morales, usan la crudeza derivándola hacia lo erótico. A una sexualidad muy cruda, pero que no pierde el potencial de trabajar tu psique para excitarte. Cuando yo trato en la novela el tema del gusto de uno de los personajes por las personas trans, o hablo de porno, creo que hago una apuesta estética dura, pero la forma de presentarla trata de llegar a una elegancia erótica.
P.- ¿Qué esperas de la literatura?
R.- Ya que me expongo a ser leído, sólo espero toparme con personas que descubran lo que yo he descubierto gracias a otros. Vocabulario, visión, revelación respecto a aspectos de mi vida que no hubiera desvelado de otra manera. Lo único que espero de la literatura es darle un poco de lo que ella me ha dado a mí.