El otro día salgo de otra conversación pública con una escritora y me pregunto de nuevo por qué me resultan tan importantes los escritores. Quizás una de las razones por las que no me canso de leer y escucharlos, más que a otra clase de personas, es por el buen uso que hacen del idioma y por la lucidez de su mirada que, las más de las veces (aunque no siempre), este uso encierra o lleva aparejado. El lenguaje es necesario al pensamiento. El pensamiento hace el lenguaje y al mismo tiempo se hace por medio del lenguaje, como dijo Pedro Salinas. La lucidez corre pareja o está estrechamente ligada con la agilidad lingüística. O, dicho de otra forma, la agilidad mental se acopla a menudo a la destreza lingüística. No siempre, pero sí muy a menudo.
«Lucidez» es sinónimo de «clarividencia, discernimiento, inteligencia, sensatez, perspicacia, sagacidad, agudeza, penetración y sutileza», según el Diccionario de la lengua española, y hoy en día, tanto o más que en otras épocas, nos hacen falta las personas que sepan poner al servicio de la verdad su inteligencia asociada a su facultad lingüística, porque son muchos quienes se valen del poder de la palabra para manipular y tergiversar la realidad para unos fines que se alejan del bien común o la verdad.
O, dicho de forma mucho más elocuente en los términos que usó Pedro Salinas en su magnífico ensayo Aprecio de defensa del lenguaje: «Las palabras poseen doble potencia; una letal, y otra vivificante. Un secreto poder de muerte, parejo con otro poder de vida; […] contienen, inseparables, dos realidades contrarias: la verdad y la mentira y por eso ofrecen a los hombres, lo mismo la ocasión de engañar que la de aclarar, igual la capacidad de confundir y extraviar, que la de iluminar y encaminar».
Recordemos que Salinas escribe su ensayo espoleado por las secuelas de la manipulación de las palabras que hizo Adolf Hitler. «¡Cuánta desgracia ha caído sobre los humanos, por ese tristemente célebre lema de Hitler: el nuevo orden!», exclama; «¿Quién puede negarse a la seducción de esas dos palabras?». Con las palabras, reflexiona, «oídas sin discernimiento, comprendidas a medias, vistas sólo por un lado», se nos atrae a la muerte. Nos dejamos engañar «por insuficiencia de sentido crítico ante esas dos palabras», porque no sabemos en verdad lo que significan, porque las conocemos remotamente en su más leve apariencia, concluye, no en su verdad. Porque no sabemos «distinguir el poder de engaño, la subversión de valores, implícita en esa jugada política, basada en una sucia jugada verbal».
«Make America great again», brama Donald Trump; «Retomemos el control», prometieron Boris Johnson y sus secuaces al instarnos a votar por el Brexit; «Defender Italia», promete Giorgia Meloni mientras busca en vano echar a refugiados e inmigrantes. Estos son solo tres ejemplos recientes de populismos que engañan, jugadas políticas basadas en sucias jugadas verbales. Pero hay muchos más, como la «victoria total» que persigue Israel con su «ejército moral» contra los terroristas que aduce el criminal Netanyahu y su Gobierno criminal para llevar a cabo su brutal genocidio y su limpieza étnica, cada vez menos alejados del nuevo orden y la solución final que perseguía Hitler.
Sucias jugadas verbales
Por eso nos hacen tanta falta estas personas que a menudo tienen el valor de afrontar a una multitud, porque sienten un deber inexcusable con su idioma. El lenguaje es una facultad esencial de la inteligencia, el modo del hombre de tomar posesión de sí mismo y de la realidad, nos recuerda Salinas. Por eso nos debería preocupar la plaga de eufemismos y el falseamiento de la realidad a la que conducen las jugadas verbales sucias que encierran también jugadas políticas, tales como el lenguaje políticamente correcto.
Como nos recordaba Javier Marías en su momento, uno de esos hombres y mujeres valientes que en este y otros asuntos no dudaba en llevar la contraria a la opinión común, hay que ser conscientes de que quienes buscan manipular, censurar y regular el habla y el idioma saben a qué se dedican: en el fondo saben que si a uno le quitan la propia habla también acaban quitándole el pensamiento propio, porque no se puede pensar sin el apoyo del habla. O mejor dicho: se acaba pensando sólo lo que piensan los otros, y eso es precisamente lo que han buscado siempre los represores: que nadie piense por sí mismo y ser ellos quienes sólo piensen, por todos nosotros.
Es contra lo que nos prevenía ya Pedro Salinas; hay que estar precavido contra todos los embaucadores que deseen prevalecerse de nuestra inconsciencia idiomática para empujarnos a la acción errónea, porque, en última instancia, «con las palabras, oídas sin discernimiento, comprendidas a medias, vistas sólo por un lado, se [nos] atrae a la muerte».
Pedro Salinas, Javier Marías y todos los buenos escritores, para advertirnos, como todo intelectual verdadero según Ortega y Gasset, llaman a las cosas por su nombre y llevan a menudo la contraria a la opinión común. Por eso son a menudo hombres y mujeres solos afrontando a la multitud. Ojalá siga habiendo suficientes personas que les hagamos caso. Más nos vale. Felices Fiestas.